Dra. Chantal Ruíz, Nutricionista.
El estrés es un trastorno que actualmente afecta a gran parte de la población, este se produce cuando los sucesos de la vida, ya sean de orden físico o psíquico, exceden la capacidad de la persona para afrontarlo.
La conexión que se puede presentar en muchos casos entre el estrés y la alimentación no sólo condiciona los hábitos alimentarios, sino también, el proceso metabólico nutricional y la situación de satisfacción de las necesidades nutricionales, condicionando a un estado de hambre emocional y la consecuente sobrealimentación.
La alimentación es esencial para la supervivencia, y se puede definir como el proceso por el cual los seres vivos consumen alimentos para recibir los nutrientes necesarios. La sobrealimentación supone un exceso de alimentación y comúnmente exceso de alimentos ultra procesados, altamente adictivos y pobres en nutrientes, originando problemas de sobrepeso, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
La diferencia entre alimentación y nutrición radica en que una persona puede alimentarse, pero no necesariamente se esté nutriendo. La alimentación es un proceso voluntario en la que consumes la comida, mientras que la nutrición es un proceso biológico a nivel celular totalmente involuntario.
Los alimentos deberían ser sustancias que se consumen para cubrir una necesidad fisiológica básica: El hambre. Pero en la actualidad, debido a malos hábitos nutricionales y a la alta prevalencia de estados de ansiedad en la población, el acto de comer por razones equivocadas se ha normalizado, y es que comemos por costumbre, por tristeza, porque tuvimos un mal día, para celebrar, por aburrimiento, por antojo, porque nos lo ofrecieron, en fin, que actualmente existe una ingesta desproporcionada desvinculada del hambre real y más bien relacionada a las ganas de comer y a paliar sensaciones.
El propósito de nuestro consumo ya no suele ser meramente nutricional, tal es así que habitualmente se consumen un sinfín de alimentos carentes de nutrientes, como son las bebidas gaseosas azucaradas, productos ultra procesados, las bebidas alcohólicas e incluso productos dietéticos.
Ahora bien, también debemos tener en cuenta que la comida es mucho más que combustible, es parte de quiénes somos y cómo nos expresamos, tiene un gran valor emocional, por lo que nunca debe trivializarse. Sin embargo, las cosas pueden salirse de control cuando el aspecto emocional de comer se convierte en una forma de adormecer las emociones dolorosas o difíciles.
Lo importante es que la alimentación es un proceso voluntario y, por lo tanto, educable.
Dicha educación no solo consistirá en reeducación alimentaria y cambio de hábitos, sino a la raíz del problema, trabajar el estrés crónico y mal manejo de emociones con apoyo psicológico.
Los que con mayor vulnerabilidad aumentarían su ingesta de alimentos en condiciones de estrés, serian personas con obesidad y personas que restringen su alimentación crónicamente, por lo que responderán frente a la ansiedad como si experimentaran “hambre”, que realmente seria apetito o ganas de comer.